Era una orilla roja
templada
y lamía sus manos,
una orilla y sobre ella
un náufrago
con el gesto que reconocen
entre sí
las gaviotas.
Un cuerpo
exangüe
y una orilla
como límite
desde donde mirar.
Sobre los años
y las tormentas
se alzó el vigía,
empeñado en encontrar
la dignidad,
no supe, en la impotencia
del camino equivocado
seguir la estela,
no pude alzarle un puerto
y hacer sonar las sirenas,
dejar que fuera
capitán de su vida
que el capitán decidiera:
el final del viaje
el momento
el lugar
la despedida.
Templada la orilla
lamia sus manos,
no
no era eso
lo que quería.