Fotografía Berna
Nada se supo, parece decir esta mañana que nace en la piel del cielo. Buscaron en el doblez de las sombras largas, las que pasean las primeras y últimas horas, en los días en que la estrella magnífica se transforma en capa de luz, sobre las figuras de la tierra. Sí que encontraron el nombre. Lo conserva aun el granito rosado y gris, liso, pulido. Algunos dedos rozaron la inscripción, aun había esperanza de escuchar su voz, aun se escuchaba su voz. Y hubo un viento cálido que mostró la inconsistencia de ese deseo, la fábula del que regresa desde un punto y final, tan real como todo lo que termina. Aun se mecían algunas hojas dentro de la agonía, siempre mas larga que la quietud de las pupilas, que la palidez súbita de la piel, que la máscara dibujada por la rendición de los músculos. Aun las partículas de aire cuidaban del sonido de su risa, mas eterna que lo eterno cuando muere. Allí se había quedado.
"Tanto caminar para morar tan estrecho sepulcro, amor".
Tan fina capa de ilusiones previamente incineradas, antes incluso del fuego en la cámara número tres.
"Rozar las lágrimas con los dedos, así es el beso desnudo que ahora me das".
Hallaron su nombre y se fueron, nadie supo dijeron.
Granito rosado y gris, nada de seres alados.
" Aquí habita tu alma gemela y custodia".
¡madre mía!
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