Algunas veces el tono de voz fluía mas denso, se quedaba sostenido en el aire, como el agua al caer del tejado en el invierno. Contaba sucesos tristes: el miedo de los días inseguros, la lentitud con que discurría la noche, el hambre.
No la escuché.
Han pasado tantos años, que la vida parece un paseo sin vuelta por la orilla del tiempo.
Vinieron por casualidad a verme para hablar de su salud, solo para eso. De alguna forma, quizás por los gestos, por alguna palabra dicha en el momento exacto, el doble cerrojo de la memoria se abrió para mí; me di cuenta de que el tono de sus voces se volvía como el de la abuela, denso, esas palabras no se diluían en el aire, se quedaban quietas, como si quisieran estar seguras de que alguien las recogería para librarse del olvido.
-“ En el salón de actos del Jovellanos; allí se juzgaron a los que no opinaban de la misma forma y a los que ni siquiera eran culpables de eso. Cada mañana, a partir del lunes ocho de noviembre del treinta y siete, se sucedían los juicios sumarísimos de urgencia, una urgencia tan grande, que apenas dejaba hablar a la defensa. Al amanecer, piquetes de la Guardia Civil y Guardia de Asalto acudían a recoger a los y las condenadas a muerte que pasaban su última noche en la cárcel del Coto. Los subían a los camiones rumbo a la calle Ramón y Cajal hasta el cementerio de Ceares, amarradas atrás las manos con alambres. Muchos no tenían mas de veinte años. Allí, en el paredón, al lado de la fosa común abierta y preparada, se oían los cinco tiros de los Mauser alemanes reservados a cada recluso”
Un duro relato... pero bellas metáforas. Un abrazo.
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