Como un nido hecho de saliva y viento, sosteniéndose frágil bajo las tejas, así el mundo y el tiempo apenas consiguen verse los ojos para comprender: el tiempo inquieto teje una red de memoria para atrapar cada uno de los pasos que da el mundo; éste no lo sabe. Y ocurre entonces ese gran vacío al final de la tarde, cuando todo oscurece y dejan de cantar uno a uno los pájaros del parque, cuando el rumbo se diluye entre el gris de la noche que comienza. Ese hueco frío y áspero, tan difícil de adivinar en su contorno, situado siempre un paso atrás del último dado, ahí donde nunca podrás hacerle frente pese a sentirlo cerca, inseparable. Ese lugar donde todo está detenido, el mundo en el momento de cerrar la puerta de tu habitación mientras te observo dormir y sonrío ; el tiempo agazapado entre las mantas proyectando la luz hacia el futuro y la nostalgia. El mundo y el tiempo. Un nido hecho de saliva y viento.
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