Una pinza de plástico, unos patucos, una cinta cortada justo donde describe un círculo muy pequeño, y en ella un nombre. Y en ella un nombre. He intentado envasar ese instante. Pero. Como sí una galerna de febrero hubiera venido a buscarlo, y le hubiera arrebatado la luz, nada mostraba siquiera un resto fugaz de aquel abril. Como el aire golpeando la ventana, los dedos buscaban en la caja el resquicio mágico a la ternura, el camino borrado hacia el día número diez. Un tiempo desalmado iba marchitando los objetos que como migas de pan depositamos, para cuando queremos volver. Y ya los pájaros oscuros sobrevolaban las horas que pasaron y engullían con sus picos el rastro de lo que fue.
Aunque, sin embargo, lloró, y yo lo quise, estoy segura.
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