He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes (2019)

Basilio Sánchez (XXXI Premio Loewe)
Colección Visor de Poesía.
[...]

No he paseado nunca con mi herida
por ninguno de los jardines que conozco.

La herida es el eclipse que revoca la luz,
la herida es la distancia
que nos convierte en extranjeros.

En el dolor no hay pájaros,
sólo dioses hablando con los dioses.


Casa

Casa
Casa (Foto, Berna)

sábado, 5 de abril de 2014

El relevo

Mi abuela nunca me dijo que la vida avanzaba en redondo, pero tengo la sensación de estar escuchándola y viéndola caminar mientras repite historias sin mover los labios, como si exhalara imágenes por la nariz y se reflejaran en un azul y blanco como de cielo. Ella no sabía (o quizás si) que ya todo había ocurrido y que la vida, como una colada, colgaba de las nubes con sus pinzas, sin colores nuevos y agitándose con el mismo viento. Algunas hacen su maleta grande y miran un billete de avión, un mapa, con la caverna gigante de la angustia bien instalada en el estómago, desplazando a un lado el corazón. Suben al norte. No las empuja la falta de lluvias, el fusil vencedor, las plagas, no es eso. Ellas se sentaron en el borde de la cama y todas las mujeres que les hierven en la sangre les gritaron fuerte en el oído que debían irse, que en el norte habría trabajo digno, casa, futuro amable, que aquí ya no queda para todas y que además las hijas que vendrán, si es que vienen, tendrán la obligatoria oportunidad que las madres antiguas ceden, como un relevo al nacer, de conseguir ocupar ese lugar en la historia que aún sigue vacante para nosotras. Mi abuela miraba el mar desde el mirador, y ahora sé que miraba al norte, y con ese gesto me indicaba el camino, me señalaba donde estaban el valor, la libertad exigua que no queremos, la fuerza paciente de siglos que ha de seguir creciendo, la importancia de un solo paso hacia adelante y el olvido de los cientos dados hacia atrás. Y sin querer recuerdo al policía de la aduana suiza, desordenando sin piedad mi maleta de cría de diez años con gesto inquisidor y sonrío porque le aguanté la mirada y no quise que me humillara mientras mi abuela temblaba por mi. El relevo, mi relevo, viaja escondido sin ellos darse cuenta, y sabrán, viendo la vida caminar en redondo, porqué yo miraba tantas veces el mar y porqué ese empeño en las suyas de mirar y hacer las maletas como si de armas cuadradas con cerradura se trataran. Es curioso, mi hijo revolvió en la papelera de los futuros y no paró de hacerlo hasta que encontró el mar.

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