Foto, Berna |
Para llegar hasta la huida tuve que auparme sobre la montaña de las dudas, hacer escuelas resistentes a la barbarie de las doctrinas, quemar con silencio todo aquello que supuso iniciar este camino. Para llegar hasta aquí, necesité del alimento y de la bebida que nunca me ofrecieron, del cielo y del viento a favor que me impulsara y al que quebraron montañas y tormentas. Sabía que parar y rendirse era la muerte. Sabía que era la muerte y así seguí caminando pese a la crueldad del camino. Encontré fatiga, dolor, enfermedades, encontré a otras y a otros, y a los niños sin nadie a quien agarrarse. Creí con firmeza en todo aquello que me enseñaron los libros, en la esperanza. Construí también una inmensa dignidad, una certera ciencia del bien, de la compasión, de la solidaridad. Y así muchos días de calvario compartido por cientos como yo. Pero nada pudo ser, el camino se tragó poco a poco cada uno de nuestros cadáveres, de nuestros sueños simples de supervivencia, de nuestras plegarias, ya no a los Dioses, sino a los seres humanos de bien. Sobre toda esta tristeza monstruosa, han depositado tierra, alambres de espino, muros de ladrillo. Hemos sido acusados, juzgados y condenados a la mas atroz indiferencia.
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