He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes (2019)

Basilio Sánchez (XXXI Premio Loewe)
Colección Visor de Poesía.
[...]

No he paseado nunca con mi herida
por ninguno de los jardines que conozco.

La herida es el eclipse que revoca la luz,
la herida es la distancia
que nos convierte en extranjeros.

En el dolor no hay pájaros,
sólo dioses hablando con los dioses.


Casa

Casa
Casa (Foto, Berna)

viernes, 10 de abril de 2009

Los que caminan

Malagarasi nació azul, libre para recorrer tierras fértiles, mojar las manos, los pequeños dedos de piel negra que tocaban sus orillas, antes del Tanganica, cuando el hambre solo se asomaba raras veces. Un buen día decidió quedarse y dibujar un lago largo y profundo, tanto, que nada podría alterar la quietud mortal de su fondo. Burton y Speke, allá por el mil ochocientos cincuenta y ocho, se lo encontraron mientras buscaban las fuentes del Nilo, y algo empezó a cambiar. Los Bantú vieron llegar las pieles blancas, las fronteras se movieron como peones de ajedrez, la pesca ya no solo era para comer, llegó el ferrocarril y nacieron puertos como Kalima o Kigoma en la orilla oriental. Quizás Catherine Hepburn y Bogart soñaran con sus aguas en "La Reina de África", o C.S Forester al escribir la novela. Pero quien guarda fiel la memoria, tras conocer la muerte y la resurrección , como Jesús, es el transbordador M.V. Liemba, que desde 1914, a veinte kilómetros por hora lo recorre sin descanso haciendo sonar su sirena cuando se acerca a algún puertecillo para que las barcas traigan o lleven a los pasajeros, y consigue que las aldeas mas aisladas sobrevivan, se comuniquen, se conozcan... se enamoren. El Ché también estuvo allí (puede que comiera los diminutos peces samiquís) llevó a los "gigantes blancos" para luchar contra el hambre, y pensó que el Tanganica era un mar de agua dulce. El paso del tiempo no frenó las guerras, ni el hambre de Burundi, Tanzania, El Congo, Zambia... Entonces los negros decidieron salir de allí, seguir los pasos de los blancos, buscar un lugar mejor para los suyos, guardar el recuerdo del sol sobre las aguas al caer la tarde, las redes con peces de colores, la sonrisa de la madre, las mandíbulas apretadas del padre en la despedida . Caminaron hacia el norte, vieron el agua salada extensa, la que acaba en un lugar donde hay trabajo, comida, futuro. Y nos descubrieron a nosotros, escondiendo las provisiones para no compartirlas.






Al atardecer, algunos cantan al río Malagarasi, le hablan de los que se quedaron por los miles de kilómetros recorridos, de la "nada" en medio del "todo" que se encontraron, y ya no temen morir, temen volver.


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