Estuve allí, claro que lo recuerdo, había una claridad translúcida cubriendo como una pátina el cielo, las paredes de la casa, el hormigón bajo los pies descalzos. Un murmullo alegre me seguía como una sombra, se posaba en la fruta que recogía al atardecer y se dejaba absorber para dulcificar los días. Nacía la ternura a los pies del lago, el inmenso, el poderoso Dios de la infancia. Nacía y se quedaba en mis manos, arrebujada como una libélula recién nacida, húmeda y azul, esperando a desplegar sus alas. Poderoso, extenso como un desierto de agua estancada, silencioso observador de sueños. Tuve una casa, y amigas, tuve un colegio con una torre muy alta y un gallo al final de una aguja interminable, hubo nieve y silencio, hubo hielo en las calles y en las miradas, en el lugar que debía ocupar y que nunca me ofrecieron. Y sin embargo, solo queda en la memoria tu sonrisa, los colores como fuego de hogueras en los arboles del otoño y la canción irrecuperable en los labios de mis diez años.
Ma petite fille ¿tu t'en vas pour toujours?
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