He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes (2019)

Basilio Sánchez (XXXI Premio Loewe)
Colección Visor de Poesía.
[...]

No he paseado nunca con mi herida
por ninguno de los jardines que conozco.

La herida es el eclipse que revoca la luz,
la herida es la distancia
que nos convierte en extranjeros.

En el dolor no hay pájaros,
sólo dioses hablando con los dioses.


Casa

Casa
Casa (Foto, Berna)

jueves, 25 de julio de 2013

Ejercicio de memoria (1a)

La puerta pintada de azul claro se abría subiendo la tranca de abajo, la de arriba siempre estaba abierta (nadie en casa medía más de uno sesenta). La madera tenía grietas por las que silbaba el viento y movía los visillos como el capote de un torero. El viento traía la calle a casa, dejaba en el aire del salón el olor del ocle y el galipote de la arena tras la tormenta, dejaba el brillo de las sábanas blancas tendidas en la hierba de mayo, dejaba el zumbido de los insectos, el canto de los jilgueros, pequeños, ligeros como las espigas en primavera. La puerta azul se abría grande al balcón, el balcón se abría grande al horizonte, mas allá del puerto, del mar, del cielo, mucho más lejos que el lugar donde la luz se tragaba a los mercantes y a las gaviotas. La barandilla era de hierro, la superficie irregular del óxido y mil capas de pintura. Azul claro, como el cielo, el mar, la lluvia si la miras desde los cinco años. El sol resplandecía abajo en la acera, la sombra del árbol de judas dibujaba puntillas de corazones. Los perros dormían la siesta con la boca abierta y la cola espantaba las moscas y las avispas. Alguna rata cruzaba entre las alcantarillas y las bocas de los bajos de las casas, recuerdo una muy negra. Ese año anidaron las golondrinas en el tejado de enfrente, encima de la ventana de Mari (a Mari no le gustó). En la parte central de la barandilla había un dibujo hecho con el hierro de los barrotes, un lugar perfecto para las arañas. Apoyada en la barandilla azul, escuché la hierba, las ruedas de los coches en los baches de la carretera, la madera de los arboles, la vida tras las ventanas abiertas, las hojas secas, las pinzas de los tendales, las sábanas ondeando como banderas de colores. Escuché la muerte y el llanto de la miseria, las sirenas de las ambulancias, la policía, el carro del chatarrero y el del camión del butano, también el del pastelero (mi abuela le compraba lenguas de merengue). Escuché los grillos de junio y las cigarras, noté el vuelo de los murciélagos al caer la noche del verano, el aullido de los perros sin dueño, el alboroto de los gorriones y una miga de pan. Escuchamos, vimos, éramos mucho mas que la suma de tres. En el número catorce de Pescadores, último piso, puerta izquierda, la que está forrada de sintasol marrón y se abre a golpe de trasero pese a la llave del llavero del miniplayero de cuadros.

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