He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes (2019)

Basilio Sánchez (XXXI Premio Loewe)
Colección Visor de Poesía.
[...]

No he paseado nunca con mi herida
por ninguno de los jardines que conozco.

La herida es el eclipse que revoca la luz,
la herida es la distancia
que nos convierte en extranjeros.

En el dolor no hay pájaros,
sólo dioses hablando con los dioses.


Casa

Casa
Casa (Foto, Berna)

martes, 20 de agosto de 2013

Ejercicio de memoria (1b)

Por septiembre florecen las azucenas de San Miguel, llegaron hasta aquí desde África del Sur. Mi abuela Marina tenía la mirada tranquila, inocente. Estaba siempre. Cuando por fin llegaba a casa, allí estaba ella, en la cocina, en la ventana, pasándose el pañuelo por la nariz y guardándolo en el mandil de cruzar con ribetes azules y flores pequeñas de color malva sobre blanco. Estaba y eso era el mejor regalo, la soledad huía espantada de tanta luz. Miraba por la ventana y me contaba historias del barrio, nunca lloraba (menos cuando se murió Mª Jesús en Nochebuena). Nada transcendente, todo superficial, suave, sedoso, ligero. Nunca una mala noticia  escupida a bocajarro. La radio perpetuamente encendida, la antena sin dos de sus tramos telescópicos, siempre en la cadena de RNE (por si se movía el dial de sitio y se perdía la señal) la voz de Luis del Olmo en el "Debate sobre el estado de la Nación" de Protagonistas. Risas, muchas risas. Con suerte era domingo y había cocido de garbanzos para comer, las potas sobre la cocina de carbón y el azafrán tostándose encima de la tapa roja. A lo mejor hasta había una empanada en el horno y empanadillas de dulce de membrillo o de manzana. Y el olor de la casa, de mi casa. En septiembre florecen las azucenas de San Miguel, las floristas colocan los ramos en calderos fuera de las tiendas. Huelen a colonia fresca y a naranjas mondadas con las manos, son de color rosa, pálidas. Marina tenía el pelo corto y los ojinos pequeños. Un brazo ligeramente mas corto. A veces dejaba la dentadura postiza en un vaso y ya no era mi abuela. Casi nunca salía del barrio salvo para ir a cobrar la pensión a Gijón, al Monte Piedad, cerca de la estatua de Pelayo, última parada del bus del Musel. Entonces se transformaba en una dama elegante de labios carmín y pelo recién cardado por la peluquera Geli, especialista en cardados "primeros de mes" en serie. Zapatos de tacón y bolso de los domingos, colonia regalada por su nuera y una pregunta imprescindible —"¿voy bien?". Y vaya si iba bien, la mas guapa del barrio.
    —Deme un ramo de éstas que están mas cerradinas.
    — Son precioses, solo les hay esti mes.
    — Gústame mucho como huelen.
    — La gente llévales enseguida todes.
    — Son pa mi güela, pal catorce, no se me olvida nunca.
    — ¿Ye muy mayor?
    — Igual si o igual no. Haz tiempu que ya no está en casa.

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