Por septiembre florecen las azucenas de San Miguel, llegaron hasta aquí desde África del Sur. Mi abuela Marina tenía la mirada tranquila, inocente. Estaba siempre. Cuando por fin llegaba a casa, allí estaba ella, en la cocina, en la ventana, pasándose el pañuelo por la nariz y guardándolo en el mandil de cruzar con ribetes azules y flores pequeñas de color malva sobre blanco. Estaba y eso era el mejor regalo, la soledad huía espantada de tanta luz. Miraba por la ventana y me contaba historias del barrio, nunca lloraba (menos cuando se murió Mª Jesús en Nochebuena). Nada transcendente, todo superficial, suave, sedoso, ligero. Nunca una mala noticia escupida a bocajarro. La radio perpetuamente encendida, la antena sin dos de sus tramos telescópicos, siempre en la cadena de RNE (por si se movía el dial de sitio y se perdía la señal) la voz de Luis del Olmo en el "Debate sobre el estado de la Nación" de Protagonistas. Risas, muchas risas. Con suerte era domingo y había cocido de garbanzos para comer, las potas sobre la cocina de carbón y el azafrán tostándose encima de la tapa roja. A lo mejor hasta había una empanada en el horno y empanadillas de dulce de membrillo o de manzana. Y el olor de la casa, de mi casa. En septiembre florecen las azucenas de San Miguel, las floristas colocan los ramos en calderos fuera de las tiendas. Huelen a colonia fresca y a naranjas mondadas con las manos, son de color rosa, pálidas. Marina tenía el pelo corto y los ojinos pequeños. Un brazo ligeramente mas corto. A veces dejaba la dentadura postiza en un vaso y ya no era mi abuela. Casi nunca salía del barrio salvo para ir a cobrar la pensión a Gijón, al Monte Piedad, cerca de la estatua de Pelayo, última parada del bus del Musel. Entonces se transformaba en una dama elegante de labios carmín y pelo recién cardado por la peluquera Geli, especialista en cardados "primeros de mes" en serie. Zapatos de tacón y bolso de los domingos, colonia regalada por su nuera y una pregunta imprescindible —"¿voy bien?". Y vaya si iba bien, la mas guapa del barrio.
—Deme un ramo de éstas que están mas cerradinas.
— Son precioses, solo les hay esti mes.
— Gústame mucho como huelen.
— La gente llévales enseguida todes.
— Son pa mi güela, pal catorce, no se me olvida nunca.
— ¿Ye muy mayor?
— Igual si o igual no. Haz tiempu que ya no está en casa.
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