En el tren desde el aeropuerto hacía mucho calor. Un montón de chiringuitos aparecían por la tarde en Alexanderplazt, olía a salchichas, comida turca, hamburguesas, había malabaristas, teatrillo, bombillas de colores que rodeaban la plaza, anochecía como en nuestra casa; guardé silencio ante las fotos del holocausto, así muchos minutos, escribimos en el libro al irnos. La tarde dibuja caminos llenos de lineas oscuras y luz entre las dos mil setecientas once losas del memorial, sin querer, pides permiso para atravesarlas. Buscamos las dobles filas de adoquines del muro, imaginamos. Aprendimos "séptimo piso" en alemán, nos lo repetía el ascensor del hotel (ya se me olvidaron las palabras). Tomamos un café claro con leche en un gran vaso con mucha espuma, cerveza por pintas, litros de agua. En el metro no hay barreras, había tranvías, autobuses, caminamos muchas horas; conocimos Kreuzberg, olía a kebab, a fruta, verduras, pintura en spray; las aceras estaban calientes y eran muy largas en la Karl Marx Allee, no quisimos andar hasta Polonia. Y venga a ver la torre de telecomunicaciones del Este, siempre parecía cerca, pero era mentira; las hamacas de playa llenaban algunos parques, cerca del río, se estaba bien a la sombra, murmuraba la gente, el agua, los coches, los músicos callejeros, se estaba bien en cualquier parte de la ciudad. Me gustaba la currywurst con su bollo de pan; en el barrio judío encontramos patios interiores llenos de bancos, arboles, tiendas, graffitis; amanecía muy pronto, poco mas de las cinco, las cortinas del hotel no podían parar tanta luz.
Fotos, Berna
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