He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes (2019)

Basilio Sánchez (XXXI Premio Loewe)
Colección Visor de Poesía.
[...]

No he paseado nunca con mi herida
por ninguno de los jardines que conozco.

La herida es el eclipse que revoca la luz,
la herida es la distancia
que nos convierte en extranjeros.

En el dolor no hay pájaros,
sólo dioses hablando con los dioses.


Casa

Casa
Casa (Foto, Berna)

viernes, 11 de septiembre de 2015

Ciudades: San Petersburgo

Llegamos al aeropuerto de San Petersburgo, hicimos cola para comprobar la documentación, fueron ágiles, Pablo se dejó la guía en el avión y no pudo recuperarla. Los paneles informativos estaban escritos en cirílico y en inglés, subimos a un autobús urbano a la salida del aeropuerto, una revisora nos vendió los billetes, hablaba un ruso perfecto. Hacía calor, mucho calor. Las calles eran muy anchas, los edificios del extrarradio casi iguales, bloques altos, rectangulares y estrechos, separados entre sí, sin patios interiores. Vimos desde el bus el monumento a los heroicos defensores de Leningrado, inmenso, impresionante, conmovedor, novecientos días sitiados por los alemanes en la segunda guerra mundial, y otra vez el silencio, la reflexión, como en Berlín. El autobús nos dejó en algún punto de los cuatro kilómetros de la Avenida Nevski, cerca del hotel. Paseamos por la plaza del Palacio, nos sentamos en sus escalinatas, me quedé sin palabras ante el Palacio de invierno, todas las tardes, en esas horas en las que parece ponerse el sol, tan, tan despacio. Calles monumentales, también canales, barcos para turistas, el río Neva y sus puentes levadizos, barcos grandes; fuimos en autobús al palacio de Peterhof, paseamos sus jardines, vimos sus fuentes colosales, buscamos sombra en sus arboledas, contemplamos el mar Báltico desde la orilla, el sol dibujaba sobre el horizonte naturaleza a contraluz. Volvimos en barco aerodeslizante, navegando el golfo de Finlandia, recorriendo los treinta kilómetros hasta la ciudad. Comimos pelmeni (dumplings) pequeñitos, exquisitos, como los echo de menos. También filete de perca con puré de patata, como la que comía en Suiza de pequeña, pero mas grande; sopas, me encantan las sopas, las había de cualquier cosa; verduras a la plancha con queso, trigo sarraceno de guarnición (gretchka), y frisuelos (blinis), sí, sí, frisuelos igualitos a los que hacía mi abuela en carnaval, rellenos de lo que quieras: requesón o crema agria, mermelada, miel, verduras, queso, carne, pescado...sabores que acogían, como cuando vuelves a casa hambrienta y huele a cosas ricas y a tranquilidad. Así, la inmensa San Petersburgo se convirtió en nuestra casa. Valentín, el guía ruso, nos contó anécdotas de todos los monumentos que nos enseñó, también de lo cotidiano de la ciudad y de su país, le hubiera gustado que los rusos aprendieran a sonreír, él nos sonreía, estaba orgulloso de su tierra. El metro tenía escaleras mecánicas que descendían muy profundo, siempre una señora mayor sentada al principio o al final de la escalera en una pequeña garita, vigilando, así también en el Hermitage, señoras mayores en todas las esquinas, podías perderte y preguntar de una en una (te decían con la mano la dirección y la palabra inglesa "todo recto" o "de frente" y así encontrabas a la siguiente señora que te indicaba de la misma manera, no hacía falta mas inglés. Los vagones del metro eran pesados, antiguos, el altavoz decía próxima parada y su nombre (no podría repetirlo). Algunas estaciones eran verdaderas salas de palacio, con lámparas de araña, pinturas, esculturas. Cerca de una ventana abierta a la iglesia del Salvador sobre la Sangre  Derramada, desayunábamos unos blinis, unos pelmeni, verduras, café, fruta, notábamos el aire fresco de la mañana, la luz naciendo sobre las cúpulas de colores, recortando el cielo cada día mas azul. Recordé esa misma luz sobre el tejado del ayuntamiento en Estocolmo, sobre el agua tan cerca, y decidí que también aquí se estaba como en casa.







Fotos, Berna


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