Foto, Berna |
Con sumo cuidado descubrí el perfil que deja la marea, la oscuridad que crece al oeste, la desazón del último avistamiento sobre el gris de tus ojos. Tener o mejor, quizás, haber tenido la ternura tan cerca, remueve como el mar sus olas, tanta necesidad de volver a tu lugar: un hueco azul sobre una silla en la cocina o la ventana abrazándote misterioso. Como una pequeña isla entre la bruma te alzabas mirando la costa, la sal. Y eras como la vida, como cuando alguien se acerca a puerto y agita las manos al verte. El mar dibujó el perfil de una costa en su retirada, un mapa incierto e impreciso, algo que recorrer en las horas que van descontándose, hasta encontrarte. Tu conocías el rumbo, lo tenias escondido en la mirada, pero yo no consigo descifrar el recuerdo, y solo hallo estas conchas vacías, bellas de viento, incapaces de volver. Por tus venas las mareas y galernas, la zozobra flotando sobre los destellos del agua, sobre la piel de los delfines y las ballenas. Al sur mis manos llenas de corales rojos plagados de aristas. Fui una sirena. Cantaba para atraer las almas descuidadas y curiosas hasta caer en la red de tu amor, tan inmenso de horizonte que comencé a caminar, a sanarme. El rumbo de tu barco era el mío, no conseguiste envejecer, he vuelto al mar a buscarte, entre abisales criaturas, en la furia del rompiente, en el estómago del sol que se come los barcos y las señales primeras de la noche. Ay de mí, hacia donde virar en medio de esta tormenta.
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